Cuando los hombres no desean

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Cuando los hombres no desean

Cuando los hombres no desean

Marzo 01, 2018

Las sexólogas y los sexólogos recibimos habitualmente en consulta a hombres (y a veces, a sus parejas) que acuden preocupados por su bajo deseo erótico

 

Hace unos diez o quince años, en la consulta de sexología era frecuente encontrar mujeres que acudían por experimentar bajo deseo sexual. Los hombres que manifestaban problemas en este sentido, eran más bien escasos, o al menos, esa ha sido la experiencia de nuestro centro, y de algunos otros centros sexológicos con los que hemos tenido la ocasión de intercambiar opiniones.

 

Sin embargo, en los últimos años, los hombres que acuden a la consulta de un sexólogo, preocupados por su bajo deseo, se han multiplicado. Acuden solos, o, más frecuentemente, en pareja. No es extraño que acudan a instancias, precisamente, de la pareja.

 

¿Qué hay detrás de esta mayor abundancia de hombres que no desean?

 

Una primera cuestión que nos planteamos es si, en realidad, la falta de deseo es ahora más frecuente en los hombres que hace una década o dos, o si siempre ha habido la misma frecuencia, pero hasta hace poco tiempo los hombres no se han animado a acudir a un profesional de la sexología para tratar esta dificultad. Es posible que ahora los hombres se sientan más libres para manifestar que no sienten deseo, al flexibilizarse (al menos un poco), los roles de género, y por ello buscan ayuda con más frecuencia.

 

Otra posible explicación es que la falta de deseo en los hombres no está más presente que en décadas anteriores, pero en las parejas heterosexuales sí que ha cambiado el rol de la mujer, que ahora, ante un hombre que no manifiesta deseo sexual hacía ella, sí que hace demandas, e incluso busca apoyo profesional, y anima al hombre a acudir a la sexóloga o al sexólogo para resolver esta dificultad.

 

Es posible también que los cambios en el rol femenino, antes mucho más pasivo, y ahora más activo y demandante, hayan aumentado la ansiedad de algunos varones heterosexuales, que sienten que “no dan la talla”, que acuden al encuentro erótico con temor a que su pareja no disfrute o a recibir una crítica negativa de su “desempeño” como amantes. Es frecuente que los hombres, tanto heterosexuales como homosexuales, que tienen preocupaciones relativas a la erección, o al control de su eyaculación, con el tiempo presenten falta de deseo.

 

Por otro lado, el estilo de vida actual posiblemente no sea un gran aliado del deseo, ni en mujeres ni en hombres. Las largas jornadas laborales, las prisas, las altas exigencias profesionales que nos marcamos (o nos marcan), el escaso tiempo de ocio y en ocasiones de sueño, dejan pocas energías que puedan ser ocupadas en el juego erótico. En ocasiones, el estrés y el cansancio, acaban hasta con las fantasías eróticas y la masturbación en solitario, eliminando de la mente la más mínima parcela dedicada al erotismo. Y por supuesto, la vivencia que tenemos del cuerpo en estas circunstancias, como algo mecánico con lo que hay que producir y a lo que hay que sacar rendimiento, deja poco espacio al hedonismo y al disfrute de los sentidos. Al abandono descansado, perezoso y sin prisas que puede conducir a una caricia, un masaje, un encuentro genital.

 

Por supuesto, existen otros factores que no hemos mencionado y que pueden influir en el deseo: el estilo de apego o vinculación de la persona, la educación sexual recibida, el placer que haya encontrado en experiencias anteriores, la atracción que sienta hacia su pareja, que se sienta libre (o no) de negociar el encuentro erótico según sus gustos, las crisis personales,  factores físicos (por ejemplo, baja testosterona, la acción de ciertos fármacos…), etc.

 

Y también conviene recordar que en relación al deseo existe una enorme diversidad, de manera que hay personas que desde siempre han deseado mucho y otras que desde siempre han sentido muy poco deseo. Por tanto, en ocasiones el problema no es la falta de deseo de uno de los miembros de la pareja, sino la disparidad del deseo entre ambos.

 

Por María Victoria Ramírez Crespo