El papel del pene en la sexualidad masculina

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El papel del pene en la sexualidad masculina

El papel del pene en la sexualidad masculina

Abril 01, 2017

En la concepción actual, la erótica es considerada como una parte esencial del ser humano. Actualmente, la vida erótica se encuentra valorada. Se reconoce la importancia de desarrollar una vida erótica satisfactoria y plena, tanto en el hombre como en la mujer, considerándose los encuentros eróticos una parte esencial en la convivencia y adecuación de las parejas. Ahora bien, si la mujer posee erótica parece no pertenecerle, pues se trata de una faceta que tiene pero que (según actitudes aun presentes) ha de despertarle su pareja. El papel del hombre cambia por tanto sustancialmente: se sigue valorando su supuesta “potencia”, pero ahora lo importante no es la cantidad, sino la “calidad”, ya que de él depende la satisfacción de su pareja y su cualidad como amante depende precisamente de esto.

 

Así que, en el modelo actual de erótica, el varón pasa a ser un “trabajador cualificado” de “la cama”, que se convierte en una tarea en la que además de su disfrute, ha de conseguir el máximo disfrute de su pareja. Y con ello, el varón lleva sobre sí el peso de dos placeres.

 

En muchas ocasiones, el placer obtenido por la mujer en la relación erótica, es considerado pues como una especie de “reconocimiento” a su “pericia” y valor como amante.

 

Ya conocemos la frase de Gregorio Marañón: “No hay mujeres frígidas, sino hombres inexpertos”. Es la frase que mejor represente la ideología de este modelo. Las consecuencias de esta forma de considerar la erótica, aun presentes en la actualidad, y los intentos por adecuarse a estos estándares, son una constante fuente de problemas para el varón de hoy en día.

 

El papel del hombre en este modelo no es agradable. Si la mujer debe adoptar un rol pasivo, y llega a las relaciones coitales, o genitales en general, desconociendo en muchos casos su propio erotismo, el hombre en teoría debe adoptar el rol complementario: él es el experto, el que sabe cómo y dónde y de qué forma debe hacerse todo, el que debe dirigir el encuentro erótico.

 

La responsabilidad del hombre en el encuentro erótico es muy grande. De él, de su supuesta pericia o supuesto dominio de las técnicas eróticas, depende su propio placer y el placer de su compañera.

 

La responsabilidad del placer de ambos recae, por tanto, en el varón. Si ella no disfruta y no tiene orgasmos, será que “él no se lo monta bien”.

 

Estas presiones por lograr el preciado orgasmo femenino con la pericia del varón se centran sobre todo en su habilidad en la que se considera la técnica erótica por excelencia: el coito, por supuesto. Las demás “prácticas” giran en torno al coito. Por ejemplo, las caricias se conocen popularmente como “preliminares” (si se practican caricias, tienen el objeto de preparar para el coito, y por lo tanto son caricias preliminares).

 

La masturbación manual, la masturbación oral, las caricias sin coito… se consideran técnicas inmaduras o sustitutivas cuando no se puede practicar el coito. Y al ser devaluadas, varones y mujeres se pierden la ocasión de disfrutar de las mismas.

 

Se considera que la erótica tiene que ver con el coito, y con los genitales, principalmente. Todas aquellas técnicas que no incluyan los genitales (como las caricias, los masajes sensuales) se consideran inmaduras, o preparatorias para “el sexo de verdad” (el que atañe a los genitales). Y con ello, el varón también se pierde el placer de disfrutar de la sensualidad y las caricias.

 

Si el varón debe demostrar su pericia, principalmente en el coito, una enorme parte de la “responsabilidad” del encuentro erótico depende de su pene, y el “comportamiento” que tenga el mismo en el encuentro coital, comportamiento que se mide en tres parámetros que centran las preocupaciones del personal masculino en la actualidad: el tamaño de su pene, la dureza de su pene en erección, y el tiempo que “aguante” su pene sin eyacular. Se supone (erróneamente) que cuanto mayor se el tamaño, la dureza y el tiempo que aguante el pene, mayor será el placer femenino.

 

Puesto que estas creencias sobre el placer femenino, la responsabilidad del varón y los criterios que lograrán (en teoría) un mayor placer femenino no tienen en cuenta que la zona de mayor placer para la mujer es el clítoris, y que éste se encuentra fuera de la vagina, y que por lo tanto por muy grande y duro que sea un pene, y por mucho tiempo que tarde el hombre en eyacular, el placer femenino no será mayor. Las parejas que hacen todo lo que se supone que hay que hacer, y no logran los resultados apetecidos (orgasmo de ambos en coito), se frustran y buscan un culpable.

 

En muchas ocasiones, debido a este modelo, se atribuyen al hombre (a su falta de experiencia, pericia, tamaño de su pene…) los problemas que muchas mujeres tienen para conseguir placer en las relaciones coitales. En la mayoría de ocasiones, estos problemas son debidos precisamente a la falta de autoconocimiento en la mujer que propicia la asunción de este modelo y la escasa información y educación sexual existente. Esto suele generar complejos e inseguridades en el varón que pueden devenir en una disfunción erótica  en el mismo.

 

Es interesante señalar cómo el modelo actual de erótica, que tiene como aspecto positivo el reconocimiento de la erótica de la mujer, y como aspecto negativo, el considerar que dicha erótica depende de la pericia del varón, ha propiciado que el número de varones con dificultades erectivas, preocupaciones por el control de su eyaculación y falta de deseo se dispare en la actualidad. Los varones, hoy en día, miden su pene, miden el tiempo que tardan en eyacular, comprueban si la dureza de su pene es suficiente, y en general muestran una gran preocupación por todos los temas relativos a su supuesto “rendimiento” coital, de tal forma que muchos de ellos van a las relaciones eróticas genitales como quien va a un examen de oposición, tan ansiosos que no disfrutan, y en muchos casos acaban con alguna disfunción erótica o amatoria (dificultad erectiva, falta de deseo, etc.).

 

Por María Victoria Ramirez Crespo