El punto P

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El punto P

El punto P

Abril 01, 2021

En geometría, un punto es lo que describe una posición en el espacio con relación a un eje preestablecido de coordenadas. Un punto sería algo así como lo que permite establecer un “aquí” perfectamente concretizado (es “aquí” y no “allí”).

 

Establecer un punto exige, obviamente, un motivo para su propio establecimiento pues un punto sin motivo alguno para determinarlo es sencillamente absurdo; el decir “es aquí, en este preciso punto”, exige inmediatamente un “¿el qué?” (Donde hemos quedado con Juan, donde se cruzan las líneas, donde me dio el golpe…).

 

No determinar lo que acontece en ese punto es que ese punto no tenga ningún sentido.

 

La desmedida vocación por “puntear” la vagina…

 

De un tiempo a esta parte, ha surgido una desmedida vocación por “puntear” la vagina estrictamente en función del placer que produce la estimulación de esos “aquí”.

 

Como esos “puntos” requieren de una acción complementaria, lo que en realidad se nos está indicando es que más que “puntos” son “teclas” o “botones” que, debidamente accionados, producen el efecto deseado (el gozo supremo en este caso).

 

Eso convierte la vagina, o al menos los “aquí” de la vagina, en una especie de “instrumento”, de mecanismo automático, de “aparato” productor de causa/efecto… Si pones la palanca en ese “punto”, habrás puesto la segunda en la caja de cambios, si presionas justo esta tecla, conseguirás un “fa” en el teclado, si activas ese botón, se encenderá el secador de pelo.

 

Pero un continuo de puntos, teclas y botones no es una vagina. Sucede, también, que ya es tal la cantidad de puntos activadores, “G”, “A”, “U”, “K” (y los que se hayan “descubierto” mientras escribo estas líneas…) y es tan limitada la superficie, el eje preestablecido de coordenadas, de una vagina que pudiera entenderse que la vagina es toda ella algo así como un campo minado de placeres. Y eso, tampoco es una vagina.

 

Curiosamente, en los varones, no se han establecido tantos puntos

 

Sin embargo, con relación a la respuesta sexual de los varones, parece que lo de “puntear” no se nos da tan bien y nos remitimos tan sólo a una oscura tecla que venimos a bautizar como “P” (de “próstata”).

 

Y eso que los genitales masculinos también podrían tener sus múltiples botoncitos; que si el “C” (de capullo… al glande me refiero, naturalmente), que si el “CF” (la intersección del glande con el frenillo cuando lo hubiera), que si el “Ca” (para diferenciarlo del “C” y que haría referencia a la corona del glande), que si el “T/E” (para referirnos a la unión ventral del escroto con el tronco del pene), que si el propiamente “TH” (lo de “tocar los huevos”), que si el “Pe” (para designar la tecla del perineo y diferenciarlo del “P”)… y así, hasta que nos empezáramos a repetir o se nos acabara el alfabeto (en tal caso, siempre podríamos hacer como las matrículas de los coches).

 

Todas esas teclas, naturalmente, con su propia forma procedimental de activarlas de manera que el varón devenga una especie de ciervo en permanente berrea (más o menos lo que se pretende de nosotras con la vaginita y sus palancas).

 

Pero esto no sucede, no porque no pueda objetivamente suceder en los genitales masculinos sino porque la vagina, y el penetrarla cual espeleólogo en busca de oro, está de moda. Vamos, que vende mucho.

 

El punto P: dónde se encuentra y cómo se estimula

 

El puntito “P”, como decíamos, hace referencia a la próstata.

 

Ella es, durante el proceso orgásmico masculino, la que produce sensaciones placenteras al depositar el esperma en la uretra en la inmediatez previa a la eyaculación.

 

En una interacción sexual, se puede alcanzar, sin tener que recurrir al urólogo o a una intervención quirúrgica, introduciendo amablemente el dedo en el ano de nuestro masculino “partner”, unos cinco centímetros hacia la parte del pubis hasta notar una pequeña protuberancia similar en forma a una nuez (en algunos casos de prostatitis o hiperplasia prostática, puede asemejarse su tamaño al de un limón).

 

A partir de ahí, y exclusivamente en el momento oportuno cuando la excitación es muy alta o ya se ha alcanzado la fase “meseta”, suaves caricias realizadas con la yema del dedo más o menos como tiende a estimularse el punto “G” en nosotras, en vaivén y con el celebérrimo gesto de “ven aquí”, pueden inducir en el varón el orgasmo y/o la eyaculación.

 

De hecho, cuando a un gorila en un zoo, por ejemplo, se le pretende inducir al orgasmo involuntario para obtener una muestra de semen, se le seda primero (que cualquiera le mete el dedito por ahí a un “espalda plateada”) y se le estimula del mismo modo la próstata para obtener una rápida eyaculación (una polución nocturna, pensará el pobre primate).

 

Así, que ya ven, no todo pasa por el cimbrel, sino que también con ellos eso de la penetración y su penitencia puede dar buenos resultados.

 

Así que ya solo nos queda disfrutar de los “puntos”, antes de que nos alcancen con otro punto que, en esto de la sobreinformación y las exigencias de goce en materia sexual, están ya a punto de tocarnos a todos, hombres y mujeres, a saber el “punto de saturación”… U otro más peliagudo que se obtiene cuando se traspasa el primero; el punto y final.

 

Por Valerie Tasso