¿Es cierto que eyaculamos las mujeres? El squirting y su descubrimiento

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¿Es cierto que eyaculamos las mujeres? El squirting y su descubrimiento

¿Es cierto que eyaculamos las mujeres? El squirting y su descubrimiento

Diciembre 01, 2020

Hace ya más de una treintena, cuando inicié los primeros tanteos de una incipiente sexualidad adulta, las mujeres no eyaculábamos. 

 

Unos años después, cuando mi vida sexual estaba más o menos normalizada y podía decir que ya tenía cierta mano en esto de interactuar sexualmente, las mujeres no eyaculábamos.

 

Cuando, con posterioridad, me sumergí en experiencias sexuales que algunos calificarían de extremas y compartía datos e información con otras mujeres que participaban de estas experiencias, la conclusión era la misma; las mujeres no eyaculábamos. 

 

Hace ya una década y media, cuando empecé a interesarme por estudiar con profundidad el hecho sexual humano y la respuesta sexual femenina y cursé estudios sobre el tema, las mujeres no eyaculábamos.

 

Bien es cierto que siempre aparecía algún testimonio lejano de una chica que se había acostado con el primo de un amigo nuestro y que, repentinamente, como si de romper aguas se tratase, le había dejado las sábanas empapadas, o de alguna otra que, en un “aquí te pillo” dentro de un coche, había hecho bueno lo del nombre de “salpicadero” para el frontal interior del vehículo.

 

También es cierto que una nueva figura en el porno, las “rain women”, empezaba a captar la atención de pajilleros y estudiosos, pero todo eso, lo de las amigas del amigo y lo de las profesionales del espectáculo, quedaba en una especie de limbo, de márgenes de leyendas populares a las que los que afrontábamos el tema con la debida seriedad, no podíamos prestarle demasiado crédito.

 

Existían, además de la falta de testimonios corrientes, factores conceptuales que dificultaban el que pudieras concederle demasiada credibilidad; la eyaculación se alcanzaba presuntamente estimulando la vagina desde su interior (con lo que el clítoris por el que tanto habíamos peleado por visibilizar parecía perder importancia y se reforzaba el machacante modelo masculino de la penetración como fuente de placer masculino y contra el que tanto habíamos luchado)

 

La presunta eyaculación femenina podía ser fácilmente simulada (podía una beberse dos litros de agua y, en el momento del alarido, ponerse a orinar como si no hubiera un mañana), los que eyaculan y manifiestan así su orgasmo son los hombres (con lo que nos repateaba el culo el tener que seguir ahora su modelo) y, por último, la sacrosanta ciencia médica no tenía (salvo puntuales anotaciones) constancia alguna desde tiempos ya de Galeno de que eso se diera (y no nos cabía en la cabeza, y a servidora sigue sin saberlo, que de eso no tuviera ni la más repajolera idea).

 

Hace apenas unos años, las mujeres empezamos a eyacular…

 

Pero, hace apenas unos años, las mujeres empezamos a eyacular.

 

Todas o casi todas (y las que no era porque no habían alcanzado esa sabiduría suprema del tercer ojo… y ellas, en su supina ignorancia, se lo perdían). Si de una serie de televisión se tratase, podríamos decir que súbitamente la mitad de la especie humana (las mujeres) fuimos poseídas por una especie de “alien” o de virus ultra terrenal que hacía que tuviéramos que llevarnos en el bolso, junto a los preservativos y el mechero, una palangana (que no sabía una nunca donde iba a acabar corriéndose…). Y lo del eyacular devino, para una mujer, imperativo y hasta “chic”, marchamo de calidad indiscutible de fémina liberada.

 

Y la ciencia empezó a darnos explicaciones más o menos torpes, similares al balbuceo de un bebé intentando explicar por qué se tira pedos después de comer la papilla, pero nunca llegó a explicar (y no lo ha hecho hasta la fecha) el porqué, si esa es una respuesta sexual femenina, no ha dedicado en tres mil años un mísero segundo a investigar sobre eso.

 

Y nos hablaron de que si existe como vestigio embrionario un residuo prostático femenino que podría emitir una ligera eyaculación, independientemente de cómo se alcance el orgasmo a través de las también “misteriosas” glándulas de Skene, que si una cosa es una ligera eyaculación y otra el “squirt”, que si el “squirt” sería consecuentemente el resultado de aplicar una sencilla técnica de estimulación en el punto G y su conformación sería la de orina muy diluida en agua (o no), que si no parece que haya una puñetera justificación funcional para esas emisiones acuosas, ni en la eyaculación ni para el “squirt” (o lo que es lo mismo; que sucede pero no tenemos repajolera idea de porqué), etcétera, etcétera.

 

Y aparecieron, ¿cómo no?, los subsecuentes articulitos sobre las maravillas de empapar sábanas, sobre las técnicas secretas para lograrlo y emergieron, como los champiñones en otoño, multitud de “expertos”, “asesores” y “entrenadores” dispuestos a vendernos sus reputadísimos conocimientos en eso del gozar como nunca antes se había gozado.

 

Lo que de verdad se demuestra con el “squirt” es el infinito poder de represión y ocultación de nuestra sexualidad

 

Y no digo yo que avanzar sobre la sexualidad femenina e intentar colocarla a la altura de lo que sobre la masculina se sabía, allá por el siglo XII, sea un mal asunto, pero una no puede reprimir cierto hastío por el hecho de que, lo que de verdad se demuestre con indiscutible solvencia, sea mucho más el infinito poder de represión y ocultación que sobre nuestra femenina sexualidad y nuestro cuerpo se ha venido ejerciendo, que un conocimiento sobre la eyaculación femenina. Eso y el tener ahora que cambiar las sábanas a diario.

 

Por Valerie Tasso